El martes 04 de febrero

El martes 04 de febrero a las 3:30 p.m. yo estaba apurando a mis alumnos para que terminaran el ensayo que les había mandado a hacer a partir de un enunciado que les di: “Lo que ha ocurrido en Venezuela, lo que quizá no hemos podido confesarnos, es que hemos vivido políticamente de espaldas a los principios, a los valores”. Era la tercera y última evaluación parcial que les hacía.

La cita es del autor criollo Felipe Massiani, de la Generación del 28’, quien en 1962 publica un ensayo brillante sobre la psicología social del venezolano, “La viveza: interpretación de una actitud colectiva”. Yo soy profesora universitaria y doy Psicología de la Comunicación a más de 150 chamos que dicen que quieren ser periodistas, por más que desde el primer día les advierto que si están estudiando en la universidad pensando en graduarse y hacerse ricos, que vayan a la Oficina Central de Registro Estudiantil y averigüen qué deben hacer para cambiarse de carrera. La advertencia es tomada en cuenta por bastantes, asumo, pues ya al final del año académico la asistencia baja casi a la mitad. Seguramente muchos no se retirarán por mi advertencia, sino por otros motivos propios de la realidad que vivimos.

Para seguir con la historia, esa tarde conmemorativa para los revolucionarios de turno yo salía apurada con más de 30 ensayos metidos en un sobre manila, rumbo a una cita médica que tenía pautada. Me encuentro con la gente alborotada. Me dicen que en la UNET están quemando cauchos desde hace rato y que aquí (ULA-Táchira) está por prenderse la cosa. Salgo murmurando quejas cual doña estresada y camino decidida a conseguir un taxi que me lleve al consultorio de mi doctora. En el camino a pie vi a los primeros estudiantes encapuchados de una ola de protestas que ya tiene un mes y medio. Vi también las primeras bombas molotov y el primer grupo de policías antimotín. ¡Qué me iba a imaginar que estaba presenciando el inicio de lo que nos ha llevado hasta aquí! Cogí el primer taxi que paró a mi llamado y me fui donde mi doctora refunfuñando con el taxista sobre lo que había visto. Para mí el asunto respondía al deseo de algunos chamos de sabotear el inicio de clases de las carreras semestrales.

Pasaron los días y a partir del 12 de febrero comenzaron a caer los primeros muertos, las represiones cada vez más brutales, la censura informativa, los detenidos, los desaparecidos, las barricadas, las guarimbas y mucho, mucho gas lacrimógeno vencido. Nada que no sepamos. Yo veía con indignación los videos caseros, las fotos, escuchaba las detonaciones y las declaraciones del gobierno, tan altisonantes como las primeras, tan destructivas como las primeras. Marché, caceroleé, lloré cada muerto, no dormí, tuiteé. Pero siempre pensaba, a veces en voz alta y a veces en silencio, sobre todo cuando los “radicales” me rodeaban, que esto iba a pasar en cualquier momento, que era cuestión de días para que la gente recogiera su guarimba (guarimbas que siempre he criticado) y se fuera a su casa con la arrechera triplicada y la despensa cada vez más vacía. Digamos que estaba resignada a que los que duermen en Miraflores seguirían acomodados en esas camas por un buen tiempo más.

La cosa en mí cambió ayer (a cada quien “le cae la locha” en el momento menos esperado) cuando detuvieron al alcalde de mi Municipio y destituyeron y sentenciaron a 10 meses de cárcel al de San Diego. Leída la sentencia abrí de inmediato el buscador Google, busqué la Ley del Poder Municipal (con todas las palabras de más que esta gentecita suele usar) y ubiqué el artículo que señala el procedimiento a seguir en caso de detención judicial. Es el 87. Lo leí y empecé a analizar los posibles escenarios. Tuiteé al respecto, como si fuera abogada (porque uno se cree gran vaina escribiendo en el Twitter). Uno de mis tuits fue “¿Y al gobernador Ameliach, el del «contraataque fulminante», no lo investigan ni siquiera para guardar las formas?”. ¡Coño, al menos guardar las formas democráticas! Me sentía indignada, no salía de mi asombro. Muchos pensarán, “muchacha pa’ pendeja”. En gocho ya me lo han dicho: “¿hasta ahorita se da cuenta? ¡No sea tan toche!”. Pues sí, “me cayó la locha”. Ya eran casi las dos de la mañana, no tenía sueño y el dolor en el cuello estaba encompinchadísimo con el tinnitus que desde que empezó todo esto se ha acentuado como la represión.

Hoy me decidí a escribir, llevaba días pensando en hacerlo pero las noticias me sobrepasaban y el día se me iba leyendo y tuiteando, aunque tengo una tesis por hacer (una tochaíta no más, como tuiteó una colega. Sí, ¡dale con el toche Twitter!). Escribo porque siento que mis esquemas mentales y mis valores son inútiles para analizar y tratar de darle sentido a todo esto. Cuando la gente hablaba de dictadura yo pensaba “bueno, sí, esta vaina no es una democracia, pero tampoco es una dictadura rajada. Esta gente del gobierno tiene que guardar las formas democráticas”. Hoy en el ascensor me topé con un vecino que no es cualquier vecino, es nada menos que un ex-mensajero de los comunistas en la época de la Unión Soviética. Se formó en Rusia, vivió en Cuba y sabe cómo se bate el chocolate rojo. No es chavista y nunca lo fue. Por fortuna superó el cuento izquierdoso en su juventud. Vivió en carne propia lo que hoy nos empieza a tocar y supo, como buen hombre inteligente, que el comunismo solo lleva a la miseria de los pueblos. A la salida del ascensor me dijo “esta gente no entiende de medidas democráticas. Capriles se equivocó desde el mismo 14 de abril. Él tenía que llamar a la calle y defender las elecciones que nos robaron y que podíamos demostrar que nos robaron”. Me encogí de hombros con los labios recogidos y nos despedimos.

Hoy sigo deplorando las guarimbas porque sé que dentro de esos guarimberos también hay mucha gente mala y retorcida, pero también entendí hoy que a este gobierno malandro hay que malandrearlo peor. Sigo creyendo en la democracia pero sé que no vivimos en democracia. Quiero que no corra sangre pero creo que va a correr mucha. No creo que vayamos a tener una “salida” democrática ni creo en las elecciones controladas por el gobierno. Lo que es peor, creo que lo que nos falta es mucho y lo que nos viene es muy difícil, que no hemos visto nada para lo que falta. Una vocecita por allá en el fondo de lo que queda de mi optimismo me dice “¿y los militares?”. No sé si se vayan a alzar contra el régimen dejando de llenarse los bolsillos con todas las mafias que controlan. Es cierto que la lealtad de un milico es igual a la de una puta (quizá estas sean más leales), pero también es cierto que, como buenos desleales, dan el golpe el día menos esperado. Ojalá, ojalá. De momento creo que vamos para peor y que la democracia se nos puede olvidar, cosa a la que le temo mucho. Como dijo Massiani, “hemos vivido políticamente de espaldas a los principios”, pero es primera vez después del 58’ que vivimos políticamente de espaldas a la democracia y es la primera vez que vivimos una dictadura comunista, que me temo que es mucho peor que una de derecha. En definitiva y una vez desahogada, he caído en cuenta que mis valores, mi forma de pensar, no pueden prever en qué parará lo que estamos viviendo. Que Dios nos bendiga, ¿qué más?

Deja un comentario